REFLEXIONES

Eclesiastés 3:1-14
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Cuando perdí a mi padre el 29 de Diciembre del 2023, mi mundo se desplomó como un castillo de arena. La angustia me oprimía y la desesperación me sumergía en una profunda tristeza.
Aferrado a la esperanza de un milagro, acompañé sus últimos momentos. A pesar del dolor, se me dibuja una sonrisa al atesorar los bellos recuerdos de un hombre excepcional. Su partida sacudió los cimientos de nuestra familia, y tuvimos que reorganizarnos para enfrentar los cambios y sostener a mi madre.
Un 5 de Febrero, Dios decidió llevarse a mi hermano José Luis, un compañero de sueños, el que me empujaba siempre a tomar desafíos, y ya tener una viuda de 84 años, sola y desconsolada, era una imagen que me desgarraba el alma. El dolor se multiplicó, y la pregunta “¿Por qué?” resonaba en mi interior con una intensidad insoportable.
Todo tiene su tiempo
Sin embargo, a pesar del sufrimiento, debía seguir adelante. Tenía una responsabilidad con mi madre, y no podía permitirme derrumbarme. Noche tras noche, sollozaba en silencio, buscando respuestas en la oscuridad. Recordaba las palabras de Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. 1
Entender que Dios tiene un propósito, aunque a veces sea incomprensible, es un proceso difícil. Somos como hojas que nacen en primavera y caen en otoño. La vida es un ciclo, y la muerte es parte de él. Como creyente, tengo la esperanza de reencontrarme con mis seres queridos en la eternidad.
A veces, cuando el dolor es abrumador, pensamos que la vida no tiene sentido y deseamos unirnos a nuestros seres queridos. Pero Dios es el dueño de la vida, y solo Él decide cuándo llega nuestro momento. Aunque no siempre comprendamos sus caminos, debemos confiar en su sabiduría.
Sé que muchos de ustedes han experimentado pérdidas dolorosas. Quizás se sienten perdidos y solos, como yo me sentí en aquel momento. Pero quiero decirles que la fe es un ancla en medio de la tormenta. Dios está siempre presente, incluso cuando no lo sentimos. Su amor nos sostiene y nos da fuerzas para seguir adelante.
El camino de la sanación es largo a veces, es un proceso, pero es posible. Con el tiempo, las heridas se curan y el dolor se transforma en hermosos recuerdos. No pierdan la esperanza, amigos. Abrásense a Dios y permitan que su amor llene sus corazones.
Hoy puedo decir que tengo una madre guerrera, que con sus achaques, su discapacidad sigue adelante, ya no es la misma, es cierto, pero aún así y pese a su estado mental, sigue creyendo al Señor, aferrada a Él.

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